La locura abismal que nos compete a cada uno es un precipicio, el desquicie del alma desgastando la voz en las madrugadas grisazuladas de la ciudad de Buenos Aires. El hedor palpitante del peligro sacude las confesiones y provoca un silencio abismal paralelo al de la locura, pero intacto, pues la sed de cordura yace en un bolsillo del pantalón y se desliza entre la memoria material de nuestras realidades. Sacar a pasear nuestras corduras insanas las pone en peligro, distintos terrores trepan nuestras piernas durante el caminar y se posan en nuestras narices para lograr la desesperanza.
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